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EL CÓMO ES MÁS IMPORTANTE QUE EL QUÉ

  • Foto del escritor: Ernesto Facundo Taboada
    Ernesto Facundo Taboada
  • 21 sept
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 23 sept

¿Y qué es el como? El como es la forma que elegimos para hacer lo que hacemos. El conjunto de procedimientos y acciones, pensamientos y sentimientos, que nos llevan a realizar lo que nos propongamos realizar (o lo que realicemos aún sin proponérnoslo).

La forma. La forma que elegimos para posicionarnos frente al mundo que nos rodea, la forma en la que nos vinculamos con las otras personas, con los animales, con el medio ambiente y la naturaleza. Incluso con nosotros mismos. La forma como conjunto de ideas que ni siquiera sabemos que tenemos internalizadas, y a partir de las cuales tomamos todas nuestras decisiones. A cada rato, a cada segundo decidimos. Distintas cosas. Algunas ni las pensamos. Las decide directamente el cerebro por hábito. O por costumbre. Por haberla venido repitiendo. Otras veces, pocas, porque lo pensamos. Lo analizamos y lo decidimos. Y después de todos esos pasos previos recién lo hacemos. Lo que sea.

Es la elección del camino. No tanto del destino, sino de la forma en que vamos a caminar de modo que esa forma sea la que nos lleve adonde tengamos que ir (que posiblemente todavía ni lo sepamos). El “Blowin in the wind” (flotando en el viento) de Bob Dylan. La idea a partir de la cual uno solo necesita saber como lo va a hacer y cuál es el primer paso para hacerlo. Y después, el siguiente.

Se me vienen acá dos ideas que provienen de lugares bastante disímiles, pero que con sabiduría, dicen mas o menos lo mismo.

La primera proviene de la religión: “Dios es camino”.

Tendríamos que primero ponernos medianamente de acuerdo en que es Dios. Sin intención de polemizar, voy a decir que Dios es el todo, la inteligencia superior que nos creo y que está por encima nuestro. El orden superior del universo.

El camino es una metáfora de la vida. La idea es que la forma de conectar con Dios, con esa inteligencia superior, con el todo, es caminando de determinada manera. Viviendo de un modo particular. No importa tanto qué es lo que uno hace, sino como lo hace. Se trata de generar determinados hábitos. Repetir determinadas cosas. Comportarse de una forma determinada. Pensar, sentir, desear, y en base a eso, decidir, de acuerdo a determinados valores, a determinados principios. Domesticarnos a nosotros mismos mediante la repetición.

Esos principios están delimitados, fundamentalmente, por el amor, entendido como “hacer y desear el bien”, para resumirlo. Si caminamos de determinada manera, con paciencia y tratando de vincularnos desde el amor, con nosotros mismos, con los demás, y con la naturaleza, con el todo, y lo hacemos repetidamente, los resultados van a ser buenos. “Ama y haz lo que quieras” es la frase de San Agustín. Haz el bien sin mirar a quién decía Aristóteles.

Para la teoría de sistemas lo que importa no son los elementos, sino la relación. Como se relacionan entre si esos elementos.

La otra idea que me trae esto de “el camino” es de un gurú de la tecnología y de la cultura corporativa, empresarial. Uno de sus exponentes más destacados, Steve Jobs: “El premio es el camino”. Es una forma distinta, pero muy sabia también, de decir lo mismo. Supone que “no hay que llegar a ningún lado”, que no se trata de destinos, ni de grandes objetivos, sino de construir un proceso de creación, de desarrollo que sea una finalidad en sí mismo. Se trata de construir un “cómo” que nos haga felices, que nos haga sentir plenos, partes de algo superior y pretencioso en pos del bien, de la evolución, del desarrollo. Y que no importa tanto adonde se llega, sino ir disfrutando del proceso. Porque después de que se llegó a algún lado, irremediablemente aparece enseguida una nueva meta, un nuevo lugar al que llegar, un nuevo destino.

Casi que no hay tiempo para disfrutar de los logros, porque ya el objetivo se modificó por el solo hecho de haberlo logrado.

Enfocarse en el proceso y no en el resultado. Y ese enfocarse en el proceso supone perseguir grandes objetivos, genuinos, importantes, profundos. Que parezcan inalcanzables, e incluso muchas veces, que parezcan imposibles, que sea imposible establecer un plazo razonable para su consecución. Jobs sostenía que el objetivo nunca tenía que ser ganar dinero, por mucho que fuera. El objetivo tenía que ser hacer grandes cosas, grandes productos que pudieran cambiar el mundo, mejorar la humanidad y sus posibilidades. Y el éxito económico iba a venir junto con eso. Pero si el objetivo era solamente ganar mucho dinero, a la larga el proceso se iba a corromper, en el sentido de la belleza, de la calidad, del disfrute de quienes lo transitan. Y terminaría siendo algo mediocre, aburrido, y al final, también, como consecuencia de eso, poco rentable.

Jobs tenía clara la importancia del compromiso con valores superiores, como motivación personal y colectiva, por encima de las cuestiones más “mundanas”, como el éxito y el dinero. Para la Cabalá, el nivel de la materialidad, si bien es un nivel importante, es apenas el primer nivel de evolución y conciencia.

Son estas distintas ideas para tratar de explicar porqué el cómo es más importante que el qué.

Para agregar otro ingrediente a la receta voy a apelar a mi área de (de)formación: el derecho. Soy producto de una escuela de filosofía jurídica que se inició en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires: la escuela Spes. Ahí estamos tratando, entre otras cosas, de pensar por fuera de tiempo y espacio. Y de utilizar un sistema para hacer justicia en esas condiciones. Uno de los caminos que transitamos para lograrlo consiste en estudiar la relación entre fondo y forma. En derecho existen, por ejemplo, los códigos de fondo (el código civil, el código penal, etc.) que incluyen los derechos de las personas. Y los de formal. En los primeros se incluye a qué tenemos derecho cada uno de nosotros. Por ejemplo en el código penal dice que si una persona mata a otra va a ser condenada a una pena de ocho a veinticinco años de prisión y en el civil dice -por ejemplo- que si una persona se muere, sus bienes se reparten de tal o cual manera. Es decir que los códigos de fondo incluyen “el qué”. Los códigos de forma en cambio, regulan “el cómo”. Es decir, cuál es el procedimiento necesario para hacer efectivos los derechos establecidos en los códigos de fondo. Se les llama “códigos de forma” o “códigos procesales” porque regulan justamente “el proceso”. Tradicionalmente se sostuvo que los códigos verdaderamente importantes, los que definen los conflictos y las injusticias son los códigos de fondo. Y que los de forma eran apenas accesorios de éstos, que ocupan un lugar secundario y que están limitados en su alcance y vigencia por los de fondo. Sin embargo en Spes, creemos lo contrario. Que los códigos de fondo son accesorios, secundarios, y que los que verdaderamente definen la cuestión, quien gana y quien pierde, que derecho se cumple en la realidad y cual no, la existencia de las injusticias, son, precisamente, los códigos de forma. Es en el terreno del cómo en el que se dirimen todas las cuestiones. Es el procedimiento el que termina dirimiendo la vigencia concreta, la materialidad de un derecho. Si el procedimiento (trámite) para entregar un documento de identidad tiene un conjunto de requisitos imposibles de cumplir, por más que el código de fondo otorga el derecho a la identidad, muchísimas personas no van a poder materializarlo.

Los gurús de la negociación, explican que un que no sirve de nada si no viene acompañado de un como se va a llevar a cabo, en el plano de lo concreto, ese que.

La forma que adopta algo, es su adecuación al plano de la realidad. Es lo que lo constituye en el plano material, en el de la existencia, en el de la concreción. Poco importa lo demás. Es una cuestión de eficacia.

El qué, obtenido de una forma determinada, es un “qué” distinto si se obtuvo de una forma incorrecta. Es decir que lo que determina el contenido del qué es el cómo. En la relación fondo forma, el fondo está delimitado por la forma. El qué, sus alcances y su extensión, está definido por el cómo. Por eso, la forma es lo más importante, lo que delimita y carga de contenido a todo. Lo que delimita la realidad.

Solo queda mostrar hasta qué punto la forma delimita y condiciona al fondo. En que medida una forma simple y amigable de conseguir algo, casi que garantiza su obtención. Mientras que una forma complicada, y difícil, casi que garantiza lo contrario. Es lo que en Spes llamamos la capilaridad del sistema.

Se trata también de detenernos en la idea de que “Dios está en los detalles”. De que los detalles, que generalmente son una cuestión de forma, hacen al fondo, a punto tal que permiten que este exista o directamente impiden o dificultan seriamente su posibilidad de existencia, de realización. Fue Diana Cañal, nuestra maestra de Spes, la que conversando de derecho con dos empleadas administrativas de la biblioteca nacional sin ninguna jerarquía se dio cuenta de esto. Después de explicarles el problema de las normas de fondo y de forma, de la vigencia de la constitución nacional y la importancia de su defensa, y toda una extensa gama de conceptos jurídicos, las empleadas le preguntaron por los formularios. ¿Cómo los formularios?¿qué tienen que ver los formularios? les preguntó. “La gente viene y llena un formulario, y si todas estas cosas no están en el formulario, si no existen estas opciones ahí, eso no existe, no se tramita, a nadie le importa”. Claro, el formulario. La capilaridad del sistema da cuenta de que la forma condiciona a tal punto al fondo, que el cómo es tanto más importante que el qué, que ese condicionamiento arranca desde el instante mismo en que comienza el proceso. Desde el mismo momento en que una persona se acerca a un lugar a preguntar algo, a que tiene derecho, que puede hacer, y obtiene una respuesta amigable, cordial junto con alguien que la ayuda a conseguir lo que está buscando. O por el contrario, se encuentra con un procedimiento engorroso y difícil, con personas que la maltratan y le hacen todo más difícil. En el primer caso, seguramente la persona va a terminar consiguiendo lo que busca, materializando su derecho. En el segundo, seguramente no. En ambos casos lo tiene el derecho. El código de fondo le otorga ese derecho. Pero hasta en el nivel más simple, más superficial del sistema, en su nivel capilar, se puede identificar si es un sistema que busca la materialización de lo que afirma, o todo lo contrario. En su forma más simple, mas elemental y casi carente de un análisis elemental, se puede saber si ese sistema está diseñado para la realización de lo que declama, o todo lo contrario. La finalidad del sistema.

 
 
 

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