DIAGNÓSTICO SOBRE LA RESOLUCIÓN DE LOS CONFLICTOS FAMILIARES EN ARGENTINA EN LOS ÚLTIMOS 25 AÑOS
- Ernesto Facundo Taboada
- 21 sept
- 12 Min. de lectura
Actualizado: 23 sept
Llamamos conflicto familiar al desacuerdo profundo entre dos o mas integrantes de una familia. Respecto de como debe vivir u organizarse esa familia, o como deben afrontarse los gastos, o repartirse sus bienes. Parejas con o sin hijos, entre si, o individualmente contra sus hijos; hermanos y hermanas entre sí, o para defenderse de sus padres y madres; nietos/as contra abuelos y abuelas, etc.
En los últimos años, al momento de resolver estos desacuerdos, en general, tanto los involucrados como sus abogados/as subestimaron las herramientas de resolución alternativa de conflictos (mediación, arbitraje, etc.). Al punto que la mayoría de las peleas familiares graves terminan judicializadas. Sin solución pero en tribunales. “En trámite”.
La gente acude a los juzgados con la esperanza de obtener la solución justa que no pudo acordar con su ex pareja, o con su hermano/a, o el familiar de que se trate. Pero esa ilusión es infundada e irreal.
El análisis de los casos de familia de las últimas décadas da cuenta de que el sistema judicial no funciona. La justicia no soluciona los conflictos de familia. Los empeora. Incumple su finalidad, que es la de constituirse en un juez imparcial por encima de las partes, que aplica la ley, para finalizar los conflictos, protegiendo a sus integrantes. Ni es imparcial, ni aplica la ley, ni mucho menos protege a los integrantes. Todo lo contrario. Profundiza las grietas y el odio. La distancia y el agravamiento del conflicto.
Como consecuencia de un sistema de honorarios mal diseñado, para muchos abogados/as resulta mucho más lucrativo que la pelea se extienda, se profundice, se alargue en el tiempo y abarque cada vez mayores puntos de desacuerdos.
O se dejan llevar por alguna ideología de "buenos y malos" y se prestan al juego de algunos clientes de pretender destruir al otro. Muchos padres o madres solo desean continuar tramitando en tribunales los conflictos que arrastraban de la pareja, y utilizan al poder judicial como un arma para destruir al otro.
Y los jueces buscan estandarizar todos los procesos para automatizar su resolución, como si los casos fueran todos iguales, y se resolvieran de la misma forma. El resultado es la prolongación eterna de conflictos sin solución que mantienen a todos los integrantes en una tensión constante y creciente que con el tiempo se manifiesta en un stress grave, problemas de salud, y en el caso de los niños, junto con esto, en dificultades en la escuela, o para relacionarse. Y golpea especialmente a los niños/as, que son los/as más frágiles. Los que tienen menos recursos para defenderse. Los que la ley debería proteger.
La inmensa mayoría de las instituciones judiciales (juzgados, asesores de menores, etc.) esta cooptada por una ideología de género que simula garantizar los derechos de las mujeres, pero en realidad se limita a garantizar su impunidad. Incluso convalidando denuncias falsas generalizadas como estrategia de litigio. Y, por supuesto, sin detenerse siquiera ante los padecimientos de los niños/as. Ni reparar en las secuelas graves para su vida y sus relaciones futuras.
Ahora el péndulo se fue para el otro lado. Unas décadas atrás la situación era inversa. Por graves que fueran las lesiones provocadas a una mujer, la justicia se negaba a intervenir argumentando que formaba parte de la “privacidad de la familia”.
De forma extrema hacia un lado, o a hacia él otro, a lo largo de los últimos veinticinco años (en general), los conflictos familiares —por diferentes razones— no obtuvieron una respuesta eficaz de parte de la justicia. Entendiendo por eficaz la que garantice en primer lugar los derechos de los niños/as (en realidad su “interés superior”) tal como establece el código civil, la constitución, los tratados internacionales y las demás leyes. Su protección prioritaria, su cuidado especial, su preservación ante el conflicto entre adultos, su ajenidad al conflicto, la continuidad de su relación con ambos padres y del acceso a todo lo que necesita para desarrollarse de forma sana.
Actualmente, la justicia de familia no protege a los niños ni a las niñas, sino a las mujeres adultas. Y ese enfoque, además de erróneo e ilegal, es profundamente dañino.
Lamentablemente el problema es mas profundo, e infinitamente más complejo que un abordaje de aproximación (de género, o el que sea). Junto con un modo abusivo de ejercicio del poder por parte de quien se ve circunstancialmente favorecido propio de la especie humana, y que ocurrió tanto en el extremo machista como en el feminista. La complejidad radica en algunos aspectos objetivos (limitaciones de la ciencia jurídica junto con un sistema judicial que no funciona), y subjetivos (los procesos internos de las personas involucradas y la ambición de poder). El problema principal es que está todo mezclado.
Elementos objetivos que impiden la resolución eficaz de los conflictos familiares.
Entre los aspectos objetivos, en primer lugar, existen contradicciones propias de la ciencia jurídica, que reducen significativamente su capacidad de intervención cuando se trata de cuestiones tan atravesadas por las emociones, como lo son los conflictos familiares. El derecho busca operar en un esquema de decisiones tomadas en base a parametros "racionales", pero cuando las emociones actuan de forma tan profunda, muchas veces ese esquema varía. Por ejemplo, cuando alguien tiene un accidente de tránsito evalúa los ofrecimientos de soluciones de la contraparte en base al dinero necesario para reponer los bienes, o la reparación del daño en base a lo que se viene decidiendo al respecto. En los casos de familia las decisiones no resultan tan sencillas. Muchas veces ocultan la necesidad de extender un conflicto, o de obtener una reparación a raíz de hechos del pasado que no puede obtenerse judicialmente. Son impulsos más profundos cuya respuesta excede a la ciencia jurídica.
Además el derecho siempre va detrás de la realidad, y en un país periférico como el nuestro, muy detrás. Primero ocurren las cosas (en el terreno de los hechos) y luego el conflicto es incorporado (o no) al sistema jurídico (el terreno del derecho). Pero siempre después, mucho después. Y los hechos condicionan al derecho. Se establece entonces un tironeo por establecer “de hecho”, lo que conviene a cada uno de los contendientes y así obtener ventajas “de derecho”. En medio de ese tironeo "fáctico", en realidad de ese tiroteo, suelen estar los niños. Que para peor carecen de recursos para que el daño no sea serio. Aman a ambos padres, quieren que ambos los cuiden y los quieran, que estén orgullosos de ellos, se sienten indefensos y con miedo. No tienen herramientas para defenderse. Lo único que les queda, muchas veces, es empezar a fallar en la escuela y enfermarse. Esto muestra la casuística, aunque frecuentemente se pretenda negar el conflicto de los padres como causa de enfermedad de los hijos o de su rendimiento escolar.
Los condimentos que atraviesan el conflicto familiar son tantos y tan profundos que difícilmente se pueda transitar adecuadamente sin asistencia profesional especializada para todos sus integrantes.
En síntesis se puede decir que, por las características de los casos de familia, las emociones que atraviesan todo el proceso “contaminan” la intervención jurídica, la dificultan y este es un primer elemento objetivo que dificulta la resolución de los conflictos familiares.
Pero mucho más la dificulta el sistema judicial deficiente que tenemos. Y este es el segundo (y principal) elemento objetivo que impide la resolución eficaz de los conflictos. Al igual que en otras ramas, el sistema busca estructurar todos los casos como si fueran iguales, en una “línea de producción”, que se sustenta en estereotipos en lugar de pruebas. Y cuyo resultado es nefasto. Básicamente la desprotección absoluta de los niños y las niñas (incluso ante situaciones de gravedad extrema como los casos de abuso sexual infantil).
Esta ineficacia del sistema judicial, entendida como su incapacidad de garantizar la vigencia efectiva de los derechos de las partes especialmente los niños/as, provoca profundos daños. Daños que pueden acompañarlos a lo largo de toda su vida, pero que suelen ser subestimados tanto por los padres y madres de los niños, como por los magistrados y funcionarios judiciales. Está mejor explicado en una reciente investigación psicoanalítica referida al tema: "Progenitores perpetuados en una vincularidad conflictiva, no dimensionan la repercusión en los hijos, a quienes ubican en un lugar de desamparo y riesgo. Suelen recurrir a tribunales para que les otorgue armas legales a fin de destruir al otro progenitor, sin miramientos sobre los efectos que estas conductas y acciones puedan tener en los hijos que terminan siendo víctimas de roles paternos ausentes o socavados por el conflicto". La negrita no estaba en el texto original. Lo que están diciendo los especialistas en el tema es que desoir a los niños y sus deseos, despojarlo de su padre o de su madre, obligarlo a aceptar la versión de uno o de otro, los pone en una situación de peligro. Los expone a sufrir daños fisicos y psicológicos. A enfermarse o provocarse dolor, algún daño en el cuerpo, o lastimarse de otro modo. Conforma una situación muy peligrosa.
Cuando esto sucede, la justicia no interviene para escuchar y proteger a los niños. Fundamentalmente cuando quien adopta una actitud que los concibe como objeto de su necesidad en lugar de sujetos de derecho, es una mujer.
Se produce una profundización del conflicto provocada por el propio poder judicial. Asi el conflicto se extiende en el tiempo por años. La normalidad de la familia, y con ella la tranquilidad de los niños y niñas, no llega nunca. Se reproduce de forma constante una situación de tensión e incertidumbre. Y la justicia en lugar de escuchar a las partes y buscar la asistencia interdisciplinaria para destrabar los conflictos, pretende "imponer su autoridad" aunque eso provoque daños irreversibles. Nuevamente, los más perjudicados son los niños debido a que, además de los actos dañinos de uno o ambos padres, existe ahora un discurso "supuestamente legal" que justificaría su desamparo y abandono. Generalmente lleva varios meses, o años que la justicia escuche a los niños y luego otro tiempo significativo para que respete su deseo, o garantice su interés superior (como dice la ley). Además todo demora, todo lleva tiempo, dictamenes, notificaciones, audiencias, testigos, complicaciones de toda clase para no llegar nunca a ningún lado. Como el laberíntico edificio de “El Proceso” de Kafka, en el que el protagonista está subiendo, bajando y dando vueltas de forma constante, sin llegar nunca a ningún lado; la judicialización del conflicto familiar replica al hámster corriendo sobre su ruedita -más rápido o más despacio- pero sin moverse del lugar.
Elementos subjetivos que impiden o dificultan la resolución de los conflictos familiares
Entre los aspectos subjetivos, la complejidad también radica, por un lado, en el hecho de que el conflicto familiar en el plano legal se va desarrollando paralelamente al proceso interno psíquico de las personas que están involucradas. Por ejemplo, ente quienes se están divorciando y sus hijos. El juicio va a la par del duelo que cada uno de los integrantes de la familia va elaborando (o no), y al impacto que supuso la ruptura familiar. Y a todo lo que moviliza y lo que pone en juego de la propia historia de cada integrante. El sentimiento de abandono. El hecho mismo del divorcio, por ejemplo, de la desaparición de la pareja, es un hecho profundamente disruptivo para todos los integrantes de la familia. Lo mismo puede decirse de otra clase de conflictos. Siempre hay una acción que lo desencadena. Una "separación". Una acción que materializa un profundo cambio para las rutinas y la cotidianeidad. El conflicto familiar entonces opera en tres niveles o realidades. La realidad fáctica (lo que verdaderamente pasa), la realidad psíquica (lo que cada integrante de la familia cree, o quiere creer que pasa), y la realidad jurídica (lo que está probado en el expediente, y dentro de eso, lo que el/la juez quiera o no considerar de eso).
Por lo general, este hecho disruptivo de la separación, esta modificación significativa de la realidad y la cotidianidad, de por si, genera en cada uno de los integrantes de la familia una desestabilización, y después, resistencia y miedo. A esto hay que agregarle el conjunto caótico de emociones diversas, que se disparan. En todos los integrantes de la familia, y todas al mismo tiempo.
Otras veces las separaciones son un alivio, un freno a las discusiones, las peleas y los conflictos. Pero aun así generan siempre incertidumbre respecto del futuro, como cualquier cambio importante.
Desde el punto de vista de los niños/as, que suele perderse de vista cuando se desatan estos apasionados conflictos entre adultos, el hecho de la ruptura de la pareja de sus padres viene con el miedo y la sensación de desprotección, o que al menos, su mamá y su papá ya no sean un equipo que se ocupa de su cuidado. Como mínimo, hasta que se demuestre lo contrario.
El miedo a todos nos genera ansiedad. Y estos dos juntos nos traen problemas para realizar bien las tareas cotidianas, que hacíamos sin dificultad antes de la ruptura. Es decir que la ruptura de la pareja, su materialización, genera un shock significativo que afecta seriamente a todos los integrantes de la familia. No es una circunstancia para subestimar.
Y lo más importante es que, todo este complejo entrecruzamiento de enojo con frustración, de tristeza con odio (mal que nos pese, todos odiamos), de miedo con fragilidad, que atraviesa a la vez a todos los integrantes de la familia, todavía no incluye el condimento explosivo, el combustible de la tormenta perfecta.
Este particular momento de shock, que provoca una movilización profunda de todos los integrantes de la familia, y cuyas consecuencias dejan marcas indelebles (por lo que requiere de especial cuidado), todavía no fue sometido a la intervención del mal. Es decir, esta compleja maraña de sentimientos y pensamientos cruzados, con la que resulta prudente comportarse adoptando todos los cuidados posibles, se encuentra en esa situación de fragilidad aún antes de verse sometida al mal. El mal entendido como aquello que en lugar de acercar a las personas las aleja, que en lugar de unir, divide. El mal, este combustible explosivo para generar la tormenta perfecta a la que hicimos mención, el huracán destructivo que lleve a los integrantes de la familia a desconfiar unos de otros, a darle rienda suelta a su odio y a su sed de venganza, a dañarse, y dañar por añadidura al resto de los integrantes. El mal, es el conflicto. Mejor dicho, el conflicto por el conflicto mismo. La división y la pelea por la voracidad de mostrar que somos mejores que el otro, que estamos por encima, que tenemos razón. Que somos nosotros los que verdaderamente sabemos como hay que cuidarlos, y que se tiene que hacer lo que nosotros queremos. El conflicto solo para doblegar, para descargar nuestro odio. No quiere decir esto, que el conflicto es algo malo en si mismo. Hay veces que el conflicto es inevitable. Y hay que dedicar muchas energías e ideas al conflicto, porque hay que intentar prevalecer. Prevalecer porque nuestros objetivos son superiores, son genuinos, honestos, transparentes. Y buscan verdaderamente preservar de forma prioritaria lo más preciado: la tranquilidad y el derecho de los niños y niñas, a ser niños y niñas, a jugar y ocuparse de la escuela libres de preocupaciones, ajenos a los conflictos de sus padres. Con la libertad y la plenitud de poder transitar el doloroso proceso de la separación de sus padres sin necesidad de cuidarse de lo que puede o no puede decir, o sentir. De las ganas que puede o no tener de compartir tiempo y experiencias con quien quiera. De sentir que la decisión de sus padres de separarse no significa que se separan también de ellos, sino todo lo contrario, que refuerza ese vinculo, esa cercanía y ese cuidado. Que si la pareja de sus padres era un equipo que los cuidaba, el hecho de que ahora no están en pareja no obsta a que continúen siendo un equipo estrictamente en lo que respecta a su cuidado. Porque eso es lo que hacen aquellos padres cuyos hijos verdaderamente son lo mas valioso para ellos. Y fundamentalmente, que la continuidad de la relación con su padre o con su madre, no depende del humor o la opinión de nadie, si no que está garantizada, que no peligra.
La ciencia jurídica, y el poder judicial como su brazo ejecutor, no tienen herramientas para abarcar adecuadamente todos estos aspectos de forma integral, escuchando adecuadamente a los niños/as, y adoptando decisiones que los protejan.
Ahora además, el poder judicial mayoritariamente resuelve a favor de las mujeres sin importar las pruebas ni los deseos de los niños/as, lo que empeora todo. Si una mujer está dispuesta a hacer denuncias falsas de diversa índole (violencia, abuso sexual, etc.) la justicia no va a verificar la veracidad de la denuncia y va a interferir en la relación del padre con sus hijos/as. El único límite a la corrupción de la justicia en este aspecto que encontré en algún caso es el discurso psicoanalítico. El certificado de la psicóloga/o de la nena/e que de cuenta del profundo daño que le provoca la interrupción de la relación con su padre.
Como respuesta a este servicio deficitario, carente de herramientas interdisciplinarias que funcionen bien, la propia justicia fue buscando alternativas de solución a lo largo de los años. Fue así que recientemente los mismos juzgados de familia comenzaron a recomendar la intervención de instituciones ajenas a la justicia, que brinden tratamiento psicológico para todos los integrantes de la familia junto con una terapia coparental para los adultos. Estas instituciones realizan informes que envían al juzgado sobre la situación de cada uno de los integrantes de la familia, sobre sus deseos y aspiraciones, contiene a la familia y realiza recomendaciones desde un punto de vista externo al conflicto y basado en evidencias científicas. Además permite extraer el conflicto, en cualquier momento de su desarrollo, de la maquinaria torpe de la justicia que demora cada paso que da. La inclusión de la investigación psicológica de los sujetos que solicitan la intervención judicial, requiere determinar los mejores procedimientos que produzcan resultados concluyentes dentro del actor y la exigencia de profesionalización de los psicólogos actuantes en los diferentes foros e instituciones judiciales. Por eso es necesario dar con psicoanalistas bien formados que estén preparados para intervenir en esta clase de procesos.
Un mecanismo sustentado en el psicoanálisis permite una escucha que como mínimo debe ser semanal de cada uno de los integrantes de la familia, para acompañar y asistir en el proceso de duelo y en la ruptura, a la vez que tener una mirada más equilibrada que funciona como una guía neutral basada en la ciencia para proteger adecuadamente a los niños durante el proceso. Es más rápido y más eficiente. Al fin y al cabo, es eficaz, en tanto mayoritariamente (cuando se sostienen los tratamientos) logra resultados excelentes. Puntualmente el establecimiento de mecanismos de comunicación y respeto de las decisiones tomadas por consenso, que tengan como norte el cuidado y desarrollo de los niños/as.
Además, la intervención psicoloanalítica otorga un material fundamental para nutrir a los jueces en las decisiones, sobre todo en lo relativo a la situación de los niños y su interés superior (que no siempre es lo mismo que su deseo).
Postulamos que los casos de conflictos familiares abordados desde el punto de vista psicoanalítico incrementan significativamente sus chances de ser resueltos favorablemente, de hacerlo en un tiempo sensiblemente menor y de proyectar la solución hacia el futuro estableciendo mecanismos de abordaje de los futuros conflictos y respeto de los acuerdos alcanzados. Se trata entonces de estructurar el abordaje del conflicto de forma interdisciplinaria, atravesando al psicoanálisis y al derecho, pero sustentado de forma principal en el primero, sin desatender la importancia del segundo.




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